El Teruel que conoció Vedel en el siglo XVI

¿Cómo era el Teruel que se encontró Pierres Vedel cuando llegó a la ciudad de Teruel en el siglo XVI? Recomponer la estructura urbana de aquel período no resulta difícil pues la disposición del núcleo histórico turolense apenas ha experimentado cambios desde entonces. Incluso si nos remontamos a épocas anteriores, la disposición básica urbana sigue manteniéndose. 

La ciudad de Teruel se había fundado sobre una muela a más de novecientos metros de altitud un poco aguas debajo de la confluencia de los ríos Guadalaviar y Alfambra. Su perímetro estaba rodeado de barrancos y de laderas de fuerte pendiente excepto en la zona conocida como la Nevera que es la que unía a la ciudad con el Arrabal.

La parte más antigua de la ciudad giraba en torno a la fortaleza primitiva del barrio de la antigua judería. Sus calles, en la parte más alta, en disposición de tela de araña se extendían por la ladera hacia el centro, tornándose paralelas hacia el sur. La parte más moderna se desarrolló en el noroeste del perímetro amurallado y su entramado tenía forma aparrillada. Entre ambas zonas el eje principal de la urbe iba desde el Tozal hasta San Salvador pasando por la Plaza del Mercado, hoy del Torico. La muralla rodeaba por completo a la ciudad y estaba defendida por torres de las que aún se conservan algunas como la Lombardera, el Rincón, Ambeles o San Esteban. Se podía atravesar esta defensa por una serie de puertas y portillos. Eran importantes la puerta de Zaragoza, al final de la calle del Tozal, la del Guadalaviar, al final de San Salvador, por la que se bajaba hacia el río, o la de Valencia, saliendo por la plaza de San Juan. Las únicas puertas que todavía quedan de la época son la de la Andaquilla o de Daroca y la de la Traición o de San Miguel. Para facilitar la defensa, la muralla no solo quedaba exenta hacia el exterior sino también hacia el interior, no estando permitido edificar viviendas adosadas a ella. Al nordeste del recinto amurallado y separado por una extensa explanada se había desarrollado el barrio del Arrabal sobre la loma que separa las ramblas de las Ollerías y de San Julián. Todavía existían zonas de poblamiento más antiguas, incluso anteriores a la existencia de la propia ciudad, y eran las laderas de calizas y aglomerados que van desde el Carrel a Capuchinos en las que abundaban las cuevas.

Vedel pudo contemplar las torres mudéjares, pues habían sido construidas dos o tres siglos atrás, e incluso realizó la proeza de cambiarle un pierna a la de San Martín que amenazaba con derrumbarse. Conoció la iglesia gótica de San Francisco, construida extramuros, el ábside y la iglesia góticomudéjar de San Pedro. Debió ver la construcción del cimborrio de Santa María, que coincidió con su llegada a la ciudad, al igual que los trabajos de su paisano Joly en el retablo del altar mayor. 

El poder de la Iglesia era muy grande y la ciudad contaba con nueva parroquias, de las cuáles dos se habían juntado. No es difícil localizar dónde se encontraban pues en su lugar existen hoy iglesias reconstruidas más tardíamente con la misma advocación y calles con sus nombres. La de Santa María de Mediavilla que estaba a punto de convertirse en catedral, la de San Pedro, a la que se había unido la de San Esteban, de la que hoy solo queda el nombre de la calle, la de San Andrés, la de San Miguel, la de San Martín, la de San Salvador, la de San Juan ya desaparecida, de la que se conserva el nombre de la plaza en la que estaba y la de Santiago que era de pequeño tamaño y ocupaba parte de lo que ahora es la plaza de las Monjas.

Cuando Pierres Vedel llegó a Teruel, la ciudad debía contar alrededor de 3000 habitantes, pero en sus años de existencia la población había experimentado importantes oscilaciones. Cuando siglos atrás se produjo la conquista, no fue fácil atraer gentes a esta tierra de frontera y la monarquía aragonesa tuvo que establecer un fuero que facilitara el poblamiento del lugar. El cenit de su censo se habría alcanzado a mediados del siglo XIV, poco antes de adquirir el título de ciudad, cuando se calcula que debió superar los 6000 habitantes. A partir de entonces se habría producido un descenso continuo, a veces convulsivo, provocado por las sucesivas oleadas de la peste negra que asolaba a toda Europa y de las que no escapaban los reinos españoles. Catástrofes naturales, sequías, inundaciones y naturalmente malas cosechas harían que la población no se recuperara, a pesar de los intentos repobladores, hasta bien entrado el siglo XVI, época en la que nuestro personaje llegó a esta tierra.

La sociedad que Vedel encontró a su llegada no difería en absoluto de la que, en sus tiempos, había en otros lugares. Acaso si alguna singularidad tenía era derivada de su fuero de poblamiento o de su anterior condición de frontera. Era una clásica sociedad estamental de la época bajomedieval. Por una parte, había unos grupos privilegiados de nobles, caballeros, clérigos y profesiones liberales. Eran los ricos que dirigían la vida de la ciudad ocupando los cargos de gobierno y que estaban exentos de impuestos. Por otro lado estaba el común, compuesto por comerciantes, artesanos, labradores y gentes de distintos oficios, que eran las gentes que creaban riqueza y aportaban los fondos a las arcas del concejo con el pago de impuestos. Existían también grupos minoritarios de gentes menesterosas que vivían de la caridad y otros que se dedicaban a actividades marginales y a la picaresca. Aunque los judíos habían sido deportados medio siglo antes, quedaba una minoría morisca asentada en torno a la Andaquilla que acabaría también siendo expulsada medio siglo después.

La economía de este Teruel vedeliano era en gran parte autárquica. Bien es cierto que en el período bajomedieval habían comenzado a tener importancia las relaciones comerciales con el exterior y principalmente con Valencia. Teruel siempre ha sido el nexo de Aragón con las tierras levantinas, unos siglos atrás en las empresas guerreras y ahora en los intercambios mercantiles. La agricultura y la ganadería ocupaban a la mitad de la provincia. En las tierras próximas a la ciudad, que permitían el riego, se obtenían hortalizas, frutas y forrajes, y en los secanos legumbres y cereales. La propiedad de la tierra estaba en manos de los señores y del clero pero era rara la familia que no tenía arrendado un huerto para la subsistencia. La ganadería era el tradicional complemento de la agricultura. Los rebaños de ovejas y cabras eran los que mejor se adaptaban al clima y a la vegetación existente, pero la ganadería porcina también tenía su importancia. Por otra parte, no hay que olvidar que los corrales formaban parte integrante de las casas de la urbe y que los animales que en ellos se criaban, sobre todo aves y conejos, abastecían sus mesas y remediaban a muchas economías familiares. Este modo de vida, aunque pueda extrañar a los más jóvenes, lo conocieron nuestros mayores pues se practicó hasta bien entrado el siglo XX.